En Vilagarcía de Arousa, llamar a un técnico de antenas de tv Vilagarcía de Arousa no es un capricho; es el salvavidas de tu TDT cuando el viento del Atlántico decide ponerse creativo y las gaviotas toman tu tejado como si fuera un mirador con vistas premium. La escena es familiar: esa noche de partido, justo en el penalti decisivo, la imagen se pixela, el audio tartamudea y tú te quedas mirando un mosaico de colores que ni el mejor museo contemporáneo. La culpa rara vez es de la tele y casi nunca del destino; suele estar en una antena mal orientada, un cable cansado de tanta salitre o un amplificador que hace lo que puede con una señal que llega floja y ruidosa.
El oficio de ajustar una antena de televisión ha dejado de ser una aventura de brújula y “a ver si suena la flauta”. Hoy, el trabajo serio parte de mediciones con medidor de campo, analizando potencia en dBµV, calidad a través de MER y relación C/N, y afinando hasta que la señal se mantenga estable en todos los multiplex. Ese ajuste fino, que para algunos suena a jeroglífico, garantiza que los canales entren limpios y que no se caigan cuando cambia el tiempo. En la práctica, la diferencia entre una instalación al tuntún y una profesional es la estabilidad: que el telediario no se convierta en radio cuando sopla nordés y que el mar de fondo no te traiga una tormenta de artefactos en pantalla.
La costa tiene sus reglas, y quien trabaja a pie de ría lo sabe. El salitre muerde el metal, afloja tornillos y oxida conectores. Por eso, más que fuerza, hace falta criterio: mástiles de acero inoxidable o galvanizados de calidad, abrazaderas que no se entregan al primer temporal, conectores F comprimidos y cable coaxial clase A o A+ para blindar la instalación. Un empalme hecho con cinta aislante y fe puede funcionar un día; la semana siguiente, cuando entra humedad, se convierte en el enemigo silencioso de tu sintonizador. En edificios con instalaciones colectivas, la película es más compleja: derivadores, repartidores, cabeceras programables y, si sumamos satélite, multiswitches que reparten señales como orfebres. Ahí un ajuste de 2 dB arriba o abajo es la diferencia entre todos contentos o un vecindario entero pidiendo explicaciones.
La interferencia móvil es otro actor en esta comedia que a veces parece tragedia. Desde el dividendo digital, las bandas 4G y 5G conviven con la TDT y, si la antena no lleva filtro LTE o la cabecera no está bien configurada, los canales se marchitan como plantas sin riego. Un profesional trae en la mochila filtros adecuados, comprueba qué multiplex están en juego y corta el ruido donde toca, sin mutilar la señal útil. ¿Resultado? No vuelves a ver cuadros en la tele a no ser que estés admirando un museo por streaming. Y si hay que reorientar porque el centro emisor cambió parámetros o porque una obra cercana levantó un muro de reflexiones, el ajuste se hace con método, no a ojo de buen cubero.
Las viviendas unifamiliares plantean retos distintos, aunque igual de entretenidos. Un mástil unos centímetros más arriba puede sortear ese edificio vecino que creció cuando menos te convenía; una toma final bien rematada evita pérdidas innecesarias; y una acometida con cable envejecido se sustituye, sin nostalgia, por otro que no sufra en cada aguacero. Cuando se instala una nueva antena, se busca el punto alto sin olvidar la puesta a tierra, porque los rayos no preguntan y la seguridad no es negociable. En caso de satélite, la orientación de la parábola requiere pulso y paciencia: azimut, elevación y, sobre todo, un ajuste de skew que muchos pasan por alto y luego pagan en forma de cortes en los días nublados. Con un analizador, ese ajuste deja de ser brujería para convertirse en ciencia.
En comunidades, la normativa y la convivencia marcan el ritmo. Una cabecera bien dimensionada reparte señal equitativa, las líneas se balancean para que el vecino del primero no tenga sobredosis de dB y el del ático no se quede a dieta. Se registran valores por toma, se documenta el trabajo y se deja la instalación preparada para futuras ampliaciones. Nada de “ya veremos si aguanta”, porque el “ya veremos” siempre llega durante el partido, el festival o el estreno de la serie que todo el mundo comenta al día siguiente. Además, una empresa seria acredita su número de instalador, emite factura, ofrece garantía y resuelve con rapidez el clásico “no se ve el 26 y el 41 se corta” que todo técnico ha escuchado más veces de las que confiesa.
La orografía local también tiene su guion. Entre brumas matinales y fachadas que reflejan la señal como espejos mal educados, la orientación requiere paciencia y lectura fina del espectro. Si además hay un bosque de antenas viejas compartiendo mástil, la intermodulación entra en escena. La solución no es magia, es limpieza: sanear, ordenar, fijar, medir. Con cada paso, la tele deja de sufrir y tu mando a distancia, por fin, hace lo que le pides sin convertirte en experto en resintonizaciones nocturnas.
Muchos se preguntan si merece la pena el gasto. El cálculo es sencillo: una intervención ordenada, con materiales de calidad y mediciones documentadas, evita visitas repetidas, cabreos innecesarios y ese intercambio de mensajes en el grupo de vecinos que empieza siendo cordial y termina con emoticonos pasivo-agresivos. Además, cuando te quedas sin señal el día grande, no hay descuento que compense. La fiabilidad vale más que el ahorro aparente del “me lo hace un amigo que entiende”, que normalmente entiende de todo menos de por qué el MER baila con el viento.
Hay un pequeño placer en ver los valores en verde, la barra de calidad sin pestañeos y la programación entrar como un arroyo de montaña, constante y sin ruido. Ese momento resume el trabajo bien hecho y también la diferencia de contar con manos entrenadas que no improvisan con la meteorología ni con el cobre. En una zona donde la naturaleza manda y el aire trae sal y humedad, se agradece la técnica que se anticipa, la prevención frente a la urgencia y el servicio que, cuando se va, deja algo más que una antena: deja paz mental y la certeza de que la próxima vez que tiemble el salón será por el gol, no por la señal.