Al adentrarse en los animados puestos del puerto, la venta de camarones en Sanxenxo se ha convertido en una referencia ineludible para quienes valoran la frescura y la calidad suprema del marisco local. El periodista contempla cómo las redes traen cada mañana ejemplares que apenas han sentido la brisa marina antes de posarse sobre hielo. La ría despierta al alba y el vaivén de las embarcaciones anuncia la llegada de centollos, nécoras y camarones que conservan intacto el perfume salino. Esa experiencia sensorial —el tintinear de las conchas, el silencio expectante de quien prepara la venta— es el preludio de un viaje culinario al corazón de las Rías Baixas, donde el marisco traza su propia cartografía de placer y tradición.
El valor de este tesoro gastronómico reside en la armonía que establece entre frescura, textura y sabor. Cada camarón desprende una dulzura única, resultado de las corrientes frías que fluyen en la Ría de Pontevedra, mientras las nécoras presumen de un carmín profundo que anuncia su firmeza carnosa. El centollo, por su parte, lleva en sus pinzas la promesa de un interior jugoso, tan lleno de matices que parece contener todo un relato de algas y fondos marinos. Los expertos en ventas directas saben que el secreto radica en recoger el marisco en la marea baja, para garantizar que el recorrido al punto de venta sea breve y la percepción gustativa se mantenga intacta. Desde los muelles de Sanxenxo hasta las mesas de sus mejores restaurantes, la cadena de frío y la pericia de los vendedores aseguran una experiencia inigualable.
Para quienes desean reproducir esa frescura en casa, la inspiración comienza con una cocción breve y sincera: sumergir los camarones en agua de mar ligeramente salada, calentar hasta el hervor y retirar apenas cambian de color. Basta un aliño leve, con un chorrito de AOVE y una pizca de flor de sal, para que el producto hable por sí mismo. El centollo, cocido a fuego medio, revela su esencia cuando se desmenuza con delicadeza y se amalgama con una mayonesa ligera preparada con aceite de oliva virgen extra. A quienes buscan sorprender, les conviene preparar una parrillada mixta sobre tablas de madera, conjugando las patas de nécora con cigalas, todo ello acompañado de pan rústico para absorber el jugo resultante sin restar protagonismo al marisco.
Los comensales más exigentes deben ir más allá de los establecimientos céntricos: en la lonja de Portonovo, aún se mantienen vivos los rituales de subasta temprana, donde los pescadores proclaman la calidad de sus ejemplares mientras el frescor inunda el aire. Allí, la compra directa ofrece no solo la ventaja de precios competitivos, sino también la posibilidad de entablar conversación con quienes conocen cada recoveco de la ría. Son ellos quienes recomiendan cuáles son las estaciones más propicias para cada variedad: el camarón de Sanxenxo alcanza su máximo esplendor en primavera, mientras que la nécora muestra todo su vigor en los primeros fríos de otoño.
En los bares y restaurantes del Casco Vello, la oferta se expande hacia creaciones contemporáneas sin perder el arraigo local. Croquetas de marisco donde la bechamel adquiere un tono rosáceo al mezclar carcasas de cigala, arroz meloso con centollo desmigado y toque de azafrán gallego, o incluso tartar de nécora con aguacate maduro y toque de limón. Cada propuesta rescata la textura firme del marisco, sublimada por la creatividad del chef, y refuerza la idea de que la esencia no se distorsiona cuando se busca innovar con respeto.
Pero la auténtica delicia local se disfruta cuando las familias se reúnen al caer la tarde en las terrazas del puerto, observando el ocaso sobre el agua mientras degustan un plato de camarones recién hervidos. Allí, la profesionalidad de los vendedores de Venta de camarones en Sanxenxo se convierte en protagonista secundaria: su sonrisa franca, su consejo sobre el punto de sal y la mejor hora para acercarse garantizan que la experiencia sea irrepetible. La cercanía entre mar y mesa se celebra entre brindis de albariño frío y risas compartidas.
El corazón turístico de las Rías Baixas late al ritmo de esas cestas de marisco que llegan humeantes a la mesa. Quienes descubren la delicadeza de la nécora templada o la firmeza de la cigala al dente comprenden que el verdadero lujo reside en lo más sencillo: un producto tratado con dedicación, un conocimiento heredado de generaciones de marineros y un contexto donde el paisaje se convierte en ingrediente. Cada bocado es un homenaje al entorno y una promesa de volver, porque el recuerdo de ese sabor es el argumento más convincente para regresar a un festín que artesanos del mar y del gusto ofrecen sin reservas.